Yo entiendo que una de las cosas más sagradas que hay en este mundo es la hermana de un amigo: pero si hubieran visto a Daniela como yo la vi, entenderían por qué se me iban los ojos detrás de ella cada vez que Víctor se daba vuelta para cambiar la yerba o cuando, con la excusa de ir al baño, dejaba de mirar los bodrios de partidos que mi amigo ponía los sábados por la tarde y entonces me metía por el pasillo y, sigilosamente, miraba por la cerradura como la chica dormía la siesta. Lo mejor era espiar en verano, porque en verano... El primer verano que la espié fue en el del ´93. Yo tenía diecisiete años y ella era una niña de trece, pero ya tenía las piernas que la distinguen. La espié y fue empezar a tejer fantasías y así pasé, como un estúpido, cinco años pensando en la forma de hablarle. A ella y a Víctor, porque no tenía ninguna duda de que el sería, ante una eventual relación, el primero en oponerse. Víctor y Daniela eran el día y la noche. La fragilidad de Daniela, sus bu