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El modelo de Pickman

No es necesario pensar que me volví loca, Eliana. Admito que me encuentro mucho más nerviosa que el año pasado, cuando nos vimos, pero no creo que sea tanto como para que me mandes al loquero. Aunque tengo muchos motivos para enloquecer y mucha suerte por haber conservado el equilibrio hasta ahora.
Bien, tenés que saberlo. Después de todo, fuiste la única que me escribió cuando se enteró que ya no andaba más por la Casa de la Cultura y que me aleje de María Florencia Pickman. Ahora que Pickman ya no está, de vez en cuando paso por allá, pero mi ánimo ya no es el de antes.
No, no sé que fue de Pickman y tampoco me gusta pensar en eso. Pudiste sospechar que yo sabía algo importante cuando me distancie de ella... y esa es la causa por la que me niego a pensar a dónde habrá ido. Dejemos que la policía averigüe lo que pueda. No creo que sea mucho, teniendo en cuenta que aún no saben nada de la casa del Parque San Martín. Sí, te voy a contar sobre esa casa; así sabes vos también por qué no voy a la policía.
Vas a entender que mi alejamiento de Pickman no se debió a los mismos motivos idiotas que produjeron el alejamiento de hombres como el Doctor Delgado, Pablo Arnaldi o Roberto Rehl. El arte que se ocupa de lo morboso no me interesa para nada, pero cuando una persona con la calidad de Pickman aparece, es un honor conocerla y justo reconocer su obra. En todo el Conurbano jamás ha existido un pintor o pintora tan notable como María Florencia Pickman. Lo dije desde el principio y continúo diciéndolo; también lo dije cuando Pickman dio a conocer su Vampiro alimentándose, ese lienzo en el que se observa a un ser despreciable, con unos ojos que parecían los del diablo mismo, echándo su fetidez mientras se acerca a una casa dentro de la cual se veía, por una de las ventanas, a una niña inocente poniéndo la mesa familiar para la cena. Esa escena, los ojos rojos llenos de deseo, la sospecha de que la cena no es la comida que se encuentra sobre la tabla sino la inocente niña que cumple con el rito familiar... Por esa pintura, Arnaldi dejó de saludarla.
Cualquier dibujante puede poner absurdamente un poco de color sobre un papel y anunciar que nos está entregándo una pesadilla o un retrato del diablo. Pero sólo un gran artista puede llegar a un resultado que nos parezca verdadero y nos aterrorice. Esto es posible porque solo un gran artista puede conocer la verdadera anatomía de lo terrible y la fisiología del miedo. No quieras saber qué es lo que estos hombres ven.
Cómo recordarás, el fuerte de Pickman era los rostros, la expresión que transmitían las miradas. Creo que nadie, desde Berni, ha puesto tanta intensidad en unos rasgos. Y antes que Berni tenemos que buscar en los artistas que crearon las gárgolas o las quimeras de la Basílica de Luján. Ellos creían en la realidad de las criaturas que plasmaban en sus obras... y tal vez también veían esa clase de cosas. Una vez, me acuerdo, le pregunté a Florencia Pickman, delante de toda la gente que frecuentaba la Casa de la Cultura, de donde sacaba sus ideas. Por respuesta obtuve una mirada llena de temor y me pareció notar un ligero temblor en sus labios. Y esa respuesta fue el motivo por el que el Doctor Delgado se disgustó con Ella. Delgado venía de graduarse en Patología Comparada y estaba lleno de grandes ideas sobre el significado biológico o evolutivo de cualquier síntoma mental o físico. Cada vez menos se bancaba a Pickman y terminó teniéndole miedo, horrorizándose cada vez que la veía. Decía que la expresión de Pickman e incluso sus rasgos indicaban que la artista estaba loca. Si has hablado con Delgado, seguro le dijiste que su error consistió en dejarse influenciar por los cuadros de Florencia Pickman. Eso fue lo mismo que le dije yo.
No me distancié de Pickman por ninguna de estas cosas. Nada que ver; mi admiración crecía día a día. El Vampiro alimentándose era una obra maestra. Sin embargo, la Casa de la Cultura se negó a colgarlo de sus paredes; el Teatro San Martín ni siquiera lo aceptó como donación y nadie quiso comprarlo, así que el cuadro quedó en la casa de Pickman hasta que esta desapareció. Ahora andará en algún depósito de la policía, si es que sus estómagos de rotisería los resistieron.
Empecé a visitar a Pickman, en su casa de Merlo Centro, de vez en cuando. A sabiendas de mi admiración por su obra, me facilitó el acceso a todos sus trabajos, a todos sus cuadros y dibujos que tenía con ella, incluyendo algunos bocetos realizados en crayón que hubieran significado su expulsión de la Casa de la Cultura de haber salido a la luz. En poco tiempo me transformé en una adepta que se pasaba horas y horas escuchando a Florencia Pickman.
La pintora se volvió muy confidencial, éramos intimas; seguramente debido tanto a mi admiración como al hecho de que casi todo el mundo la rehuía. Una tarde me dijo que si ella estuviese segura de mi discreción y de mi entereza, me mostraría algo distinto a lo que yo estaba acostumbrada a ver; algo mucho más perturbador que cualquiera de las piezas que tenía en su casa.
“Ciertas cosas”, me confió, “no son tolerables para Merlo Centro. Aquí estarían fuera de lugar y tampoco podrían ser concebidas. Los fantasmas de aquí son fantasmas amaestrados. Yo necesito fantasmas humanos”.
“El mejor lugar para que viva un artista”, continuó, “es el Parque San Martín. ¿Tenías idea de que antiguamente la zona estaba infecta de lagos y pantanos? ¿Qué esa es la causa de la gran humedad que reina en las casas de ese barrio? ¿Y que las manchas de humedad en las paredes forman figuras horrorosas, a veces demasiado fuertes como para querer verlas? ¿Sabías que la Quinta de los Japoneses fue loteada por una maldición que cayó sobre la familia y la obligó a desprenderse de muchas de sus propiedades? Puedo contarte mil historias como éstas; historias que harían estremecer a esos seudointelectuales. Por lo que advierto, estás interesada en todo lo que te cuento, pero: ¿qué me decís si te contara que tengo otro estudio por esa zona, donde obtengo toda la inspiración para mis obras, todo el ambiente tétrico que necesito? Hace ya tiempo que decidí pintar el terror de la vida, de igual modo que se pinta su belleza. Si querés, podés venir esta noche conmigo. Me encantaría que me acompañes. Estoy segura de que los cuadros te van a gustar mucho, dado que representan lo mejor que pinte. No está muy lejos, tomamos un colectivo y luego caminamos. Por favor, acompañame, sos mi única amiga”.
Tomamos un Quinientos, eran cerca de las doce de la noche ya. Un rato después, estábamos en el barrio. Subimos por una ancha avenida desierta, salpicada por veredas irregulares y con dos grandes zanjas bordeándola. Caminamos en silencio: Florencia Pickman estaba agitada y se podía escuchar su respiración entrecortada.
Al llegar a una esquina poco iluminada doblamos a la izquierda y tomamos por una calle estrecha hasta que nos detuvimos y Pickman extrajo de uno de sus bolsillos un manojo de llaves y me indicó que llegamos.
La propiedad era una casa de alto, con las paredes tan sucias que parecía imposible que se mantuvieran de pie. Entramos y me encontré con un vestíbulo apenas iluminado por una lamparita, lleno de polvo del cieloraso de yeso descascarado. Cruzamos una puerta a la izquierda y la artista, luego de encender la luz, me invitó a sentarme en una mecedora de mimbre, que me pusiera cómoda, dijo, como si estuviera en mi casa.
Vos sabés, Eliana, que soy una mina dura, pero te tengo que confesar que lo que me mostraron las paredes de aquella casa me revolvió las tripas. Eran los cuadros que Pickman no podía pintar ni exhibir en la Casa de la Cultura ¡eran horrendos!
Es inútil que trate de describirte aquellas telas, porque ¿cómo hacer para describir el más terrible, morboso horror y la más completa y repugnante descomposición moral mediante unas simples pinceladas de color puestas sobre un lienzo? No se veía en esas obras ninguna técnica sofisticada, era solo un poco de pintura sobre una tela, pero lograban agrietarme el alma. Los contornos recogían los rasgos de habitaciones -un baño, un dormitorio, lo que parecía una Iglesia-, con notable maestría; ¡pero tendrías que ver los personajes que habitaban allí y las escenas para comprender mi turbación!
La locura y la deformidad se cebaban en las figuras de primer plano, puesto que, como bien sabes, en la obra de Pickman predomina un satánico retratismo. Las figuras no eran del todo humanas; más bien tenían los ojos rojos como perros, inyectados, llenos de ira. ¡Y sus ocupaciones! No me pidas precisión. Solo te diré que estaban enfrascados en orgías, atacando sexualmente a niñas mientras le aullaban a la luna. Me paralicé del horror. Sobre todo por la puta expresividad que Pickman sabía dar a los rostros del macabro botín.
A todo esto, Pickman había encendido la luz en la habitación de al lado y me invitaba a pasar para enseñarme sus últimos estudios. Aún no le había dicho nada sobre mis impresiones de lo que había visto -el terror y la emoción me habían dejado muda. Quiero que tengas en cuenta, Eliana, que no soy una flojita capaz de ponerse a gritar frente a cualquier cosa. No me dejo impresionar con facilidad. Pero lo que vi en aquella pieza me sacó un grito y tuve que sostenerme en el marco de la puerta para no caerme.
¡Cómo podía Pickman pintar esas cosas! Mientras recobraba algo de aplomo y serenidad, en tanto me iba adaptando a aquella segunda habitación morbosa, llena de escenas de vampiros cometiendo violaciones y abusos, comencé a analizar mi propio estado de ánimo. Dilucidé que todo lo que veía me producía asco porque evidenciaba la total falta de moral de Pickman. Sin duda debía ser una persona de muy bajos escrúpulos para trazar aquellas piezas tan degradantes de la mujer y la niñez. Pero también, aquellas pinturas eran aún más aterradoras a causa de su grandeza. El suyo era un arte que persuadía: al mirar sus cuadros veíamos a esos vampiros en persona y nos inspiraban miedo. Y era curioso porque Pickman pintaba de un modo lineal, sin usar trucos ni efectos, sin difuminaciones de luz o distorsión de lo real: los perfiles eran nítidos y los detalles lamentablemente definidos. ¡Los ojos, qué decirte de los ojos! ¡Esos ojos rojos que tenían los vampiros parecían reales!
Más adelante subí tras María Florencia Pickman a su verdadero estudio, que se encontraba en el piso superior, a través de una escalera húmeda y chirriante. Salimos a un pasillo y lo cruzamos. Aquí, al pasar frente a una habitación, me pareció percibir un ruido. Como un murmullo, o tal vez una tos, pero Pickman apuraba el paso, deseosa de mostrarme su obra y no se me ocurrió preguntar.
A través de una puerta hinchada, entramos a una habitación bastante grande, con piso de madera y llena de caballetes, lienzos y pinturas por doquier. Al costado, una camita de una plaza, con las sábanas revueltas, le daba una tristeza lastimosa al estudio.
Los cuadros sin terminar, algunos en los caballetes y otros apoyados contra la pared, me producían el mismo horror que los que había visto y volvían a dar fe de la meticulosidad que caracterizaba a la artista. El esbozo de las escenas era muy cuidadoso y las líneas de lápiz revelaban el cuidado con el que Pickman trataba de conseguir la perspectiva y las proporciones precisas. Era una gran pintora y eso aún lo sigo diciendo ahora.
Había algo muy perturbador en los repulsivos bocetos y en todas esas inacabadas monstruosidades que poblaban todos los rincones del estudio. Pero cuando súbitamente la pintora descubrió una enorme tela colocada sobre un caballete, no pude contener un nuevo grito de horror, el segundo en la noche. Los ecos del grito rodaron en una y otra de las habitaciones de aquella casa húmeda, y grande fue el esfuerzo que tuve que hacer para no caer en un ataque de nervios.
En el cuadro se veía un retrato familiar; un hombre y una mujer rodeaban a una niña que sostenía un libro de oraciones en sus manos y vestía de comunión. Pero lo que producía una sensación de terror y repulsión, no era el rostro del hombre, que repetía el motivo de los vampiros con ojos rojos; tampoco el rostro de la mujer, con los ojos blancos, ciegos. Si bien los ojos de ambos hubiera bastado para mandar al loquero a un hombre impresionable.
Lo que golpeaba, Eliana, era la composición del rostro de la pequeña: ¡Pickman había utilizado sus propios rasgos para dar con la cara de la niña!
Me quedé en silencio, pensando en todo el horror que estaba presenciando: ¡y sólo eran pinturas! Pero el silencio me hizo notar que, desde que mi último grito despertó ecos por todas la casa, Pickman no dejaba de mirar hacia la puerta del estudio. Su expresión era de preocupación; no, de temor. Sí, ella también era presa del miedo, aunque a diferencia del que yo experimentaba, en su caso parecía un miedo más físico que espiritual. Sin que yo lo hubiera imaginado, caminó hasta la camita, levantó el colchón y sacó un revolver. Con una seña me recomendó que guarde silencio y avanzó fuera de la habitación, cerrando la puerta tras de sí, dejándome sola en el estudio.
Sentí que mi cuerpo se paralizaba. Algo me decía que debía huir, pero mis piernas no me respondían. Aguzando el oído, me pareció percibir un sutil sonido en alguna parte, como de un par de pies arrastrándose por el suelo; luego una discusión, entre Pickman y un hombre. Las palabras subían rápidamente de tono, y se escuchaba uno detrás del otro, hasta que los insultos se cortaron y empezaron a escucharse golpes.
Sin poder soportar más, abrí la puerta del estudio y me lancé al pasillo: la puerta de la habitación en la que creí escuchar alguien tosiendo estaba abierta. Me asomé y me encontré a Pickman pegándole a un anciano con un bastón al tiempo que le gritaba “viejo de mierda, ya no me vas a coger más, no me vas a coger más, viejo violador”. Entré a la habitación para detener a la pintora en su ataque de ira, pero cuando iba a atajarla, Florencia Pickman sacó el arma de su bolsillo, apuntó al anciano y resonaron, uno tras otro, seis disparos de revolver.
Ambas nos quedamos un rato allí, congeladas al pie de la cama, observando la agonía del anciano hasta que se murió, con el pecho sangrando y el rostro con los ojos rojos mirando el cielorraso.
De ese modo concluyó la aventura de aquella noche. La promesa de Pickman de mostrarme el lugar se cumplió. Abandonamos aquel barrio por otra dirección y muy pronto me encontré saliendo a Avenida Constitución. Doblamos por Bolívar y regresamos a Merlo. Recuerdo muy bien la caminata. En la esquina de Bolívar y Avenida del Libertador, Pickman me abandonó y desde ese momento no volví a verla más.
No quieras que te explique o te de más detalles. Hay secretos mucho más siniestros que el de ella; secretos ocultos tras cualquier pared de vecino, o plantados en veredas y rutas.

8 de Marzo de 2009
Tratándo de hacerlo un poco más terrorífico,
versión libre del clásico de Lovecraft, El modelo de Pickman

Comentarios

  1. Con razón! Ya me parecía ver la sombra de Lovecraft por todas partes. Me agradó el desarrollo y cómo intercalás algunos comentarios que se salen de tema pero que agregan color y veracidad. Es donde se te sale el humor y la ironía natural donde te veo más fuerte.
    Lo que no me agradó es el final. No leí el original, pero no me queda claro por qué se le va a dar por matar al viejo justo en aquel momento y no mucho antes. Además ¿todavía se la violaba el anciano? Esto tampoco me cierra.

    Un abrazo

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  2. Yo creo que lo mata recién ahí, porque tenía un testigo, la narradora. Lo que sucede es que la narradora decide que el crimen no debe ser contado a la policía, que invariablemente apresaria a Pickman. Los crímenes contra la mujer no se pagan en esta sociedad.
    No por nada fue escrito el 8 de Marzo, no David? Un gran cuento. Si el original es horror fantástico, este es horror realista.

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  3. Muy bueno! Tu forma de desarrollar las acciones y las descripciones es amena y cruda al mismo tiempo. Me gustó mucho que introdujeras lugares reales de Merlo, los hizo tan real!! Las imaginé caminando cerca de casa!! Se crea el clima y la tensión va en aumento de una manera abrumadora. Buen laburo.

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  4. cabezadepuercoblog21 de abril de 2009, 3:22

    Hola primo, veo que pasate por mi chiquero, corral, etc (no se como lo llaman los "vos"). Saludos, y te pongo en mis enlaces como el primo argentino
    Un abrazo

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  5. Je, tiene un twist muy interesante. Además está buena la adaptación de lugar, porque si la historia es buena puede acontecer en cualquier parte del mundo.

    Igual para mi gusto es demasiado descriptivo, creo que alguna de las veces se podrían obviar ciertos detalles (como la repetición durante 20 veces o más de los ojos rojos).

    Me encantó mon pig ami!!

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