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Única canción de amor, de Nicolás Olivari

I

¿Ves? Estoy obligado
a llorar en verso la pena
de tu amor perdido
para siempre en la nada.
¡He pedido tan poco!,
¡con tan poco edifiqué mi ensueño!
La cocina humosa,
la familiar tertulia del Domingo,
el grave silencio de tu barrio pobre,
el arco iris de mi conducta hacia tus senos,
la dulzura de vivir bajo tus años
acurrucado como un perro trémulo
bajo la suave amenaza de tu mano...
Sensaciones fugitivas, románticas y zonsas,
desaliño ideal y trunco,
dejar en la puerta de tu casa chica
la complicación de mi superioridad,
y sentirme a la altura del agua barboteante
de tus lustrosas canillas sin personalidad
y de las tiras de cortezas secas,
-¡ilusión de campo!-
largas tiras de corteza de naranja
que se espiralizaban en los estantes...
La juventud mía es un asfalto
sereno y vulgar de puro oscuro
y tú eras la luna abrillantando
su opaca tristeza
clavada en mi desesperanza...
Mas todo es vulgar en la vida, y tú misma
bella y todo, fría y ausente,
vulgar pedestremente...
Fui a tu encuentro con el alma abierta
como una puerta familiar a la sombra amiga
y sólo encontré el enorme bostezo
de tu aburrimiento
y fuimos un largo bostezo de aburrimiento,
cuando podíamos ser un poema
o una luz en él asfalto
de nuestras vidas
anuladas para siempre...
Yo bostezo amada, larga y dulcemente,
para que, amada,
mi cara
disimule el llanto,
porque por vez primera
en este libro que ha burlado tanto
he llorado, amada,
por ti, por mí, por el amor ido para siempre,
y como un romántico...
II

Yo podría ser un hombre rico,
-el sol dorado se acuesta en tus mejillas-
te hubiera llevado hacia una comarca
-nostalgia de lo andado que vi dentro tus ojos-
paisaje de sonrisas que en mis noches de visita,
tendías a lo largo de la murada calle;
cuando a la puerta salías a dejarme
Paisaje que
pasaba mi cabeza
recolectada en tu belleza,
y repartías tu ansia entre los mundos que habrá
y tu lástima a mí...
En la innutrida enredadera del traspatio
un bicho vergonzante mastica 20 erres,
la vita nuova que soñamos aún no ha detenido
su improbable mentira de día de Reyes,
y hasta, ripio de conforme, la burguesa quimera,
-pan, sal, tranquilidad-
-el amor en mangas de camisa-
se fue... se fue...
¡Justicia de Dios! Te traje
hasta el alcance de tu ojo, entristecido y plúmbeo,
la cuarentena de mi tristeza que alargaba
mi cara
de aburrimiento.
-¡Oh el olor a mandarinas de tus senos alargados!
y gocé de prostituirte
-junto al plátano que decora la barriada-
con la incolora voz con que traduje
para tu oído, ausente en la caracola de los sueños que te hablan, los chismes indecentes que en mi oficina ofician...
De profundis clamavi a te mi amor semiasfíxiado
por el temor de ser ridículo,
mientras tus largas piernas, suaves, blancas,
eran dos caminos blancos, suaves,
que yo, miserere di me, sin transitar ya desandaba...
III

¿Qué hacer? ¿Qué hacer si así ya somos,
si ya es inútil el beso que no alcanza
a fingir la cruenta vulgaridad de todo
este pedazo de carne entusiasmada
que era yo ante ti, con la vergüenza
de querer obligarte a querer lo que no alcanza
a querer mi egoísmo?
(¿La madre que me quiere
acaso porque me parió y sólo por eso?)
Como una estaca que marca los caminos
ansiosa de belleza y de utilidad
florece cada año con brote que renueva,
así tengo mi amor, aparte y bien cuidado,
íntegro cultivo en el campo del recuerdo,
de lo que parsimoniosamente vos me distes
en las entrevistas truncadas por la duda,
cuando eras la señora de las islas que soñabas
y tus maravillosos ojos color de las glicinas
diluían las visiones de tierras tan distantes
de pueblos sin historias y sin literatura
ante el que podría ser un hombre rico
para colmar tu anhelo,
y no fue más que un oficinista
cuya alma crecida en tu belleza
es un gran borrón de tinta...

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